Cien días de Trump: imposición, expansionismo y ruptura del orden mundial

Esta estrategia, en sus primeros cien días de gobierno, ha generado tensiones globales, debilitado alianzas y reconfigurado prioridades diplomáticas. 

En su retorno a la Casa Blanca, Donald Trump reactivó una política exterior centrada en la imposición de intereses estadounidenses por encima de alianzas tradicionales y compromisos multilaterales.  

Esta estrategia, en sus primeros cien días de gobierno, ha generado tensiones globales, debilitado alianzas y reconfigurado prioridades diplomáticas. 

A diferencia de su primer mandato (2017–2021), Trump ahora actúa sin contrapesos internos significativos. Christopher Layne, profesor de la Texas A&M University, advirtió que el mandatario ya no cuenta con figuras en su equipo que moderen sus decisiones impulsivas.  

“No hay nadie en su entorno para frenar sus instintos con una dosis de contexto histórico”, indicó Layne.  

Este estilo, calificado por Layne como “visceral”, se ha manifestado en las decisiones tomadas desde el 20 de enero. Trump retomó su desprecio por los organismos multilaterales, privilegiando relaciones con regímenes autoritarios y ha promovido acuerdos en los que Estados Unidos impone condiciones en función de sus intereses inmediatos. William Wohlforth, especialista de Dartmouth University, explicó que el presidente se muestra “más radical y está menos constreñido” que en su etapa anterior. 

Uno de los ejes de esta política es el conflicto en Ucrania. Aunque Trump prometió resolver la guerra en menos de 24 horas, no lo ha conseguido. Sin embargo, ha presionado a Kiev para que acepte un acuerdo de paz que incluye concesiones significativas a Rusia, como la cesión de territorios ocupados y el compromiso de no integrarse a la OTAN.  

A cambio, Washington busca obtener acceso preferente a la explotación minera en suelo ucraniano. El analista James Goldgeier, de la American University, afirmó que “a Trump no le importa el futuro de Ucrania. Quiere encontrar la manera de llegar a acuerdos con Rusia y eso guiará su política”. 

Esta postura ha marginado a Europa de las negociaciones. Aunque la Unión Europea se mantiene mayoritariamente unida en apoyo a Ucrania —con la excepción de Hungría, gobernada por Viktor Orbán—, Trump ha intensificado sus críticas al bloque y ha exigido un aumento de las aportaciones a la OTAN, calificando de “ridículo” el actual compromiso del 2 % del PIB en defensa. Para Layne, esto responde a una visión generalizada de que los pactos forjados tras la Segunda Guerra Mundial ya no benefician a Estados Unidos. 

En Medio Oriente, Trump se atribuyó un primer éxito diplomático con la tregua alcanzada en enero entre Israel y Hamás, incluso antes de asumir formalmente el poder. No obstante, el alto al fuego se rompió en marzo, con más de 2,100 muertes desde entonces.  

En una reunión con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, Trump propuso que Estados Unidos tomara el control de Gaza para expulsar a sus habitantes y facilitar desarrollos inmobiliarios, una idea calificada como limpieza étnica y que estaría orientada a presionar a países árabes a financiar la reconstrucción del enclave palestino. 

Esa lógica de expansión territorial también se ha extendido a otros escenarios. Trump reanimo su interés en adquirir Groenlandia, ha sugerido en múltiples ocasiones que Canadá podría convertirse en el “estado número 51” y ha expresado su intención de recuperar el control del Canal de Panamá, presionando a empresas chinas para que abandonen instalaciones estratégicas.  

Para Nicholas Bequelin, académico de Yale, esta visión rompe con un principio clave del orden mundial establecido tras 1945.

“La prohibición de la expansión territorial a expensas de otras entidades soberanas”, indicó. 

En cuanto a Irán, la nueva administración ha abierto conversaciones sobre su programa nuclear, aunque en un tono amenazante que incluyó advertencias de posibles bombardeos. Las negociaciones enfrentan un futuro incierto, ya que Trump exige incorporar temas como el programa de misiles iraní y el apoyo de Teherán a grupos como Hizbulá y los hutíes, condiciones que la República Islámica rechaza. 

En América Latina, el presidente estadounidense estrechó lazos con mandatarios afines como Javier Milei, de Argentina, y Nayib Bukele, de El Salvador, en lo que parece ser una política exterior basada más en lealtades personales que en intereses diplomáticos estructurales. 

Con información de EFE

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